domingo, 16 de septiembre de 2012

Yo SÍ tengo algo que celebrar el 15 de septiembre.

La noche del sábado, al regresar a casa, caía una lluvia torrencial. Yo venía puteando porque la estación Zócalo del metro estaba cerrada y entonces me tuve que bajar en Allende, para caminar unas 12 cuadras hasta el hogar dulce hogar. Por supuesto que el primer cuadro se encontraba en estado de sitio: completamente cercado por vallas de acero, detectores de metales y un cuantioso número de las  tropas de fecal y el Chapo, haciendo sentir su ominosa prescencia. Sin embargo. lo que hizo que se me revolviera el estómago fué la gente. Familias enteras, con niños pequeños, aún de brazos, haciendo fila bajo el diluvio para poder ingresar a la plancha del zócalo capitalino.
"¿Qué hace esta gente aquí? ¿Que no saben que en México no hay nada que celebrar? ¿No saben que no tenemos independencia, ni libertad, ni soberanía, ni auténtica libertad de expresión, ni ninguna de las cosas por las que Hidalgo, Morelos, Allende o Zapata, Villa y Madero lucharon? ( Y si no lo creen, ahí está la desaparición de Ruy Salgado, "El Santo") ¿No se dan cuenta de que viven una mentira diseñada por la tele, que viven drogados por la caja idiota  para seguir siendo la carne de cañón que los 30 narco-mafiosos de este país necesitan para seguir amasando sus indecentes fortunas?" 
A mis ojos no eran más que zombies asquerosos aleccionados por la tele para ir a "festejar" lo inexistente.
Pero no todos eran zombies. Y este puñado de activistas me hicieron recordar que en este país todavía existe gente por la cuál vale la pena LUCHAR. 
Gente como Pablo.
Cuando algunas personas se enteran de la fecha en que nació mi hijo Pablo, es usual escuchar el comentario "¡Ah, dió el grito!" NO. Error. Mistake. Wrong. Kaput. Cero-bolita. Pablo Domínguez Levy nació a los 15 minutos del lunes 15 de septiembre de 1986, prácticamente un día antes de todo el jolgorio y el desmadre que se arma "espontáneamente" para festejar la "independencia" de México. (Es curioso ver como este país se ha convertido en el país de las comillas, donde las cosas o las personas se denominan con algún adjetivo que siempre tiene comillas imaginarias, porque todo y todos pretenden ser lo que no son, exactamente como en la obra cumbre del Teatro mexicano, "El Gesticulador" de Don Rodolfo Usigli.)
La primera vez que ví a mi hijo, fué en una zona de espera del hospital del IMSS en Xola y Gabriel Mancera; tenía unas horas de haber nacido y su mamá lo alimentaba. Estaban en una fila de sillas colocada bajo una ventana alta y aún recuerdo el ángulo en que los iluminaba la luz del sol. Obviamente me he maldecido muchas veces por no ser partidario de cargar siempre para estas ocasiones una cámara fotográfica. Pero la foto se quedó en mi mente grabada para siempre y es una de las muchas que me llevaré en el único equipaje que nos llevamos al morir: las imágenes de nuestros recuerdos más preciados. 
Quizá estoy sorprendido (y mucho y muy gratamente) de atestiguar la clase de tipazo que mi hijo ha resultado ser. Con todas las probabilidades en contra, se las ha arreglado para ser un hombre inteligente, independiente, responsable y sobre todo bueno, en el sentido más básico y original de la palabra. Pablo merecería un México mejor. No nos queda más que luchar por eso, solo para estar a la altura de las circunstancias, ¿no creen?.

martes, 11 de septiembre de 2012

Una de las mentiras más grandes jamás perpetradas.

Eran pasadas de las 9 de la mañana de un lunes cualquiera. Yo estaba en mi recámara, supongo que terminaba de desayunar y me alistaba para empezar a trabajar. En ese entonces teníamos el negocio y la casa en la misma construcción, una casona grande y  algo vieja en la colonia Doctores, cerca del centro de la ciudad de México. Sonó el teléfono, contesté, era mi tía Chiquis.
"¿Estás viendo el noticiero?¿Lo que está pasando en Nueva York?"
No sé qué noticiero era, mucho menos quién era el conductor. Una de las torres gemelas del WTC en Nueva York, echaba humo como una chimenea. El locutor hablaba de un incendio. Luego se dijo de que había testigos que habían visto a un avión incrustarse contra la torre y todos pensamos en un lamentable accidente. Pero después...
Para mí se trata de una de las imágenes más escalofriantes que mi generación ha prescenciado, el segundo avión estrellandose de lleno contra la segunda torre, mientras la primera llena de humo el cielo neoyorkino. Solo atiné a pensar que el mundo estaba en guerra.
Después el terror y las imágenes se sucedieron, imágenes que jamás director de cine alguno se hubiera atrevido a imaginar: las personas arrojándose al vacío  y el derrumbe de las dos torres, una después de la otra. Las estructuras colosales, símbolo del poder económico gringo, reducidas a polvo. Después anunciaron el choque de un avión en un terreno despoblado de Pensilvania y otro más contra el edificio del Pentágono. Sin saber bien cómo y por qué, todos nos fuimos a dormir pensando que el mundo había cambiado.
Hoy se cumplen 11 años de ese día que cambió el rostro del mundo. En mi vida ya no se trata solo del día en que mi papá cumple años, o el día en que los gringos aliados con Pinochet mataron a Allende. Es el día en que se conmemora UNA DE LAS MENTIRAS MÁS GRANDES Y ASQUEROSAS EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD.
Hoy en día, son pocos los que ignoran que se trató de un atentado controlado desde la propia Casa Blanca para poder contar con el pretexto ideal y necesario para invadir y apoderarse del petróleo del Medio Oriente. Con el correr del tiempo, las evidencias se hicieron contundentes: la desaparición de todos los aviones cazas americanos de esa zona del país, enviados a múltiples y extrañas "misiones de práctica", para despejar el escenario a los aviones suicidas, las evidencias de la demolición con explosivos de las dos torres así como de un tercer edificio muy cercano en donde la CIA guardaba todos los informes acerca del autoatentado... Fué más que evidente que las autoridades estadounidenses estaban perfectamente al tanto de lo que ese grupo extremista islámico planeaba y no solo no hicieron nada por impedirlo, sino que les despejaron el camino.
Veo al elegante mayordomo negro de la presidenta Clinton dirigir el homenaje fúnebre a las víctimas inocentes de aquel día, realizar la farsa perfecta invocar a todos esos asesinados como "héroes", cuando sabemos todos que no fueron más que víctimas, daños colaterales de una maniobra orquestada por los dueños del dinero en EEUU junto con ese drogadicto infeliz de George W. Bush, para poder montar el numerito que más dinero les ha dejado siempre: una guerra lejos, muy lejos de sus fronteras.
Este es solo uno de los muchos documentos con los que contamos hoy para horrorizarnos de lo que son capaces de hacer ese hatajo de malnacidos para los que el dinero es lo único que importa, los oligarcas neoliberales del mundo actual.
¿Qué podemos esperar de un siglo que empezó de esta manera?

Empezando algo que espero culminar.

En esta noche templada de septiembre, estoy reintentando iniciar este sitio que quisiera que fuera un lugar para expresar las cosas que llenan mi mente. O las cosas que atraviesan fugazmente mi pensamiento. Por supuesto que no va a ser un lugar donde pueda desnudarme psicológicamente hablando (aunque por mi exhibicionismo natural, muera de ganas por hacerlo), pero bueno. Lo que sí puedo prometer es que este yo, que conocen las personas que me rodean, va a ser lo más auténtico posible de acuerdo a la imagen que todas ellas tienen de mí.
La frase que he elegido para nombrar mi blog es de Sabina. Yo repudiaba a Sabina hace años, sin haberlo escuchado realmente. Lo detestaba porque de repente se hizo muy popular acá en la ciudad de México y me parecía una modita entre los hispanófilos, que, como ustedes saben, abundan en Chilangolandia como las cucas. Entonces ponía en duda su valor y, para acabar pronto, ni lo pelaba. No recuerdo exactamente cuál fué la primera canción que verdaderamente escuché de Sabina... puede que haya sido "¿Quién me ha robado el mes de abril?" en un dueto en vivo con el querido Pablo Milanés. Lo que sí estoy seguro es de que mi curiosidad por su trabajo nació de saber que la mujer a la que pretendía por aquellos días, era una fan irredenta del cantautor español. Entonces le empecé a otorgar el beneficio de la duda y me decidí a escuchar sus canciones. Afortunadamente.
"Hola, mi nombre es Antonio y soy un mentiroso". Así debí presentarme, como se presentan en las reuniones de AA, pero la mía sería una reunión de MA (mentirosos anónimos). No sé por qué miento. Tampoco sé desde cuándo me hice adicto a esta adrenalina que siente uno cuando empiezas a urdir la mentira y la vas tejiendo; de repente te encuentras inmerso en la arquitectura de esta mentira que empezó en nada y se ha convertido en una catedral inmensa. Y aparece entonces el sudor frío que recorre tu frente porque sabes que en cualquier momento soplará un vientecillo de verdad y esta imponente catedral formada por las mentiras, se derrumbará como un castillo de naipes. En esta etapa de mi vida me he asumido como mentiroso y trato de mantener la adicción en remisión. La culpa (o gran parte de ella) es de aquella mujer que yo pretendía, que resultó ser el amor de mi vida y con quien estoy a punto de cumplir 6 años de vivir bajo el mismo techo. Curiosamente, ella (gran fanática del "Dylan de Úbeda") profesa la religión de la verdad... entonces mi amor y mis ganas inmensas por compartir con ella mi vida,  me han hecho renunciar a mi vicio. No me arrepiento y si algunas veces recaigo, es porque soy un simple mortal que está en la eterna lucha por conservar el buen camino, con todo y tropezones y el volver a empezar. 
La mentira no me ha dejado nada bueno. La verdad, tampoco. Pero como esto se trata de jugar con unas reglas establecidas y ser funcional dentro de la sociedad, me he decidido por la segunda. Y no es que no extrañe la mentira, pero en esta etapa de mi vida, como que valoro más otras cosas, la primera de ellas, la relación con mi pelirroja hermosa. Ya nos vemos pronto, con más verdades puras desde el corazón de un gran mentiroso.